SABERES ANDANTES Paulo Freire. Educar para la libertad y esperanza Número Especial

Releer a Paulo Freire

en los actuales contextos

Antonio Pérez-Esclarín 3

pesclarin@gmail.com Artículo recibido en julio y aprobado en agosto 2022

Resumen

Releer a Freire para profundizar en la vigencia de su pensamiento a cien años de su natalicio supone una relectura del actual contexto. Por ello, la reflexión parte del análisis de la realidad alrededor de tres conceptos que dan cuenta del momento que vivimos hoy: la modernidad líquida, el relativismo ético y la postverdad, En este panorama marcado por tiempos de incertidumbres, cambios permanentes, profundización de exclusiones, entre otros elementos, la pedagogía de la esperanza, de la indignación, del diálogo y la negociación, de la autonomía y la libertad propugnadas por Freire, recobran significado con miras a la construcción de la utopía de un mundo transformado. Freire sigue planteando posibilidades para la concientización orientada a la transformación social desde el sueño posible que requiere de compromiso ético, político y pedagógico.

Palabras clave: Educación Popular, Paulo Freire, educación liberadora, pedagogía, pedagogía crítica, transformación social.

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Rereading Paulo Freire in today’s contexts

Abstract

Rereading Freire in order to deepen the relevance of his thought one hundred years after his birth presupposes a rereading of the current context. Therefore, the reflection starts from the analysis of reality around three concepts that account for the moment we live in today: liquid modernity, ethical relativism and post-truth, In this scenario marked by times of uncertainty, permanent changes, deepening exclusions, among other elements, the pedagogy of hope, indignation, dialogue and negotiation, autonomy and freedom advocated by Freire, regain meaning with a view to building the utopia of a transformed world. Freire continues to raise possibilities for conscientization aimed at social transformation from the possible dream that requires ethical, political and pedagogical commitment.

Key words: Popular Education, Paulo Freire, liberating education, pedagogy, critical pedagogy, social transformation.

Introducción

Quiero comenzar agradeciendo a mis compañeros y amigos de Fe y Alegría Santo Domingo, Ecuador, por la invitación a participar en el Congreso Internacional Paulo Freire, “Pedagogías innovadoras, críticas y liberadoras para la transformación social”. Y quiero también felicitarles por esta bella iniciativa de celebrar el centenario de Paulo Freire con una profunda reflexión sobre la vigencia de su pensamiento. Empiezo aclarando que mi exposición no pretende ser, en modo alguno, un ejercicio erudito sobre Freire, pues creo que el mejor homenaje que hoy podemos hacerle es comprometernos con su pasión y libertad en la gestación de una educación genuinamente liberadora, educación para formar sujetos pensantes, críticos, capaces de reinventar el mundo en una dimensión ética y estética, de modo que sea -y son palabras textuales de Freire:

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… menos feo, en el que disminuyan las desigualdades, en el que las discriminaciones de raza, de sexo, de clase sean señales de vergüenza y no de afirmación orgullosa o de lamentación puramente engañosa…Mundo en el que nadie domina a nadie, nadie roba a nadie, nadie discrimina a nadie, sin ser castigado legalmente. Nuestra utopía, nuestra sana locura es la construcción de un mundo en el que el poder se asiente de tal modo sobre la ética, que sin ella se destruya y no sobreviva. En un mundo así, la gran tarea del poder político es garantizar las libertades, los derechos y los deberes, la justicia y no respaldar el arbitrio de los suyos. (Freire, 1996, p. 29; Freire, 2001, p. 143)

Si los educadores populares solemos resumir los objetivos de la Educación Popular como “aprender a leer la realidad, para ser capaces de decir la propia palabra y así escribir la historia de nuestra liberación” es necesario que partamos de una lectura crítica de los tiempos que vivimos, pues sólo si los conocemos a fondo, podremos contribuir a transformarlos.

Partir de la lectura de la realidad

Yo resumo en estos tres conceptos la lectura de la realidad: Modernidad líquida, relativismo ético y postverdad.

a) Tiempos de incertidumbre y modernidad líquida. El sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, fallecido en 2017, empezó a intuir en la década de los ochenta del siglo pasado que nuestra sociedad había dejado de ser consistente y firme, y progresivamente avanzaba hacia un desmoronamiento y adaptación, más propio de los estados “líquidos” que sólidos. Acuñó el término de “modernidad líquida” basándose en los conceptos de fluidez, cambio, flexibilidad, adaptación, relativismo de valores. Las estructuras fijas e inmutables propias de la modernidad sólida, desaparecen y fluyen. Hay miedo a fijar algo para siempre. Vivimos en un mundo precario, provisional, ansioso de novedades. La metáfora de la modernidad líquida nos habla de la cultura actual como una esfera que ya no prohíbe, sino que muestra múltiples ofertas, que no tiene normas, sino propuestas. Es una cultura que busca seducir, atraer y distraer a través de señuelos. Los deseos

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y las necesidades se transforman y cada individuo cree que el mundo comienza y termina en sí mismo. En palabras de Bauman: “la cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho que ilustrar, sino clientes que seducir” (Bauman, 2013, p. 101). Las cosas no van a durar mucho y tampoco las relaciones sociales. Por ejemplo, el trabajo es cada vez más precario e incierto y el matrimonio para toda la vida o los votos perpetuos de los religiosos a muchos les resultan incomprensibles.

b) Tiempos de profundo relativismo ético, donde cada uno determina lo que es o no es bueno, lo que se puede hacer y no se puede hacer. Y en general es bueno lo que me produce dinero, bienestar, placer o poder. El fin justifica los medios. Por ello proliferan las economías subterráneas: corrupción, delincuencia, especulación, prostitución, pornografía, tráfico de drogas, de medicinas, de órganos, de personas…y el mundo es cada vez más desigual y más injusto.

El 10 de diciembre de 1948, cuando el mundo se asomaba estremecido al horror delos camposdeexterminio nazi y dela barbarie de la Segunda Guerra Mundial que ocasionó unos 50 millones de muertos, exterminó a unos seis millones de judíos y gitanos, dejó ciudades enteras convertidas en escombros y nos asomó al poder destructor de las armas nucleares, un centenar de países reunidos en París, firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos”. Hoy, después de 73 años de aquella firma solemne, el mundo es más desigual, injusto y discriminador que nunca. América Latina tiene el poco honroso privilegio de ser el continente de mayor inequidad. La distancia entre el 10% de mayores ingresos y el 10% de menores es de 50 a 1. En España es de 10 a 1, y en Noruega de 6 a 1.

El inmenso poder creador de los seres humanos no está al servicio de la vida ni de la convivencia. Por eso, a pesar de tanto desarrollo científico y tecnológico, la vida gime herida de muerte y el mundo resulta para las mayorías cada vez más inhumano y más cruel. De la salvación por la fe, pasamos a la salvación por la ciencia y el progreso, y en nuestros tiempos de desencanto, violencia e individualismo puro y crudo, pareciera que estamos entrando en el “sálvese el que pueda”. Impera el darwinismo social, es decir la sobrevivencia de los más fuertes,

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mejor dotados, con mayor capacidad de adaptación o más inmorales. Del “amaos los unos a los otros”, hemos pasado al “Armaos los unos contra los otros”

Por ello, la exclusión y la injustica, y no la fraternidad, campean vigorosas en nuestras relaciones con los demás. El 99% de la riqueza del mundo está en manos del 1% de la población, unos 70 millones de personas aproximadamente. El 95% de esa élite son varones. Las mujeres, a iguales cotas de trabajo, ganan, como media, la mitad. Esos 70 millones de prepotentes basan todo su poderío económico en el manejo omnímodo y determinante de algunos sectores productivos muy importantes, como la industria farmacéutica, las finanzas y la banca, la sanidad y el negocio de los seguros. Con lo que se gasta en armas en 10 días, se podría dar salud y educación a todos los niños y niñas del mundo. Sin embargo, cada tres segundos muere un niño de hambre, que es la principal pandemia en el mundo.

c) Tiempos de postverdad, es decir, después de la verdad, porque la verdad ya no tiene que ver con la objetividad de los hechos, no refleja la coherencia entre palabra y realidad, sino con lo que yo quiero o decido que sea verdad, con lo que me interesa que sea verdad, con mi opinión o la de los míos. Por eso los políticos pueden afirmar hoy una cosa y mañana decir lo contrario y desde la postverdad ambas son igualmente verdaderas. O yo puedo afirmar que vivimos en un mundo injusto, pero otro me puede decir que esa es mi opinión, pero que él piensa que vivimos en el mejor de los mundos posibles. De ahí que la política se ha divorciado por completo de la ética y ya no busca el bien común, sino los intereses personales o del partido. Por ello, proliferan los populismos de derecha y de izquierda, iguales en su afán de adormecer la conciencia crítica y de manipular los sentimientos y emociones para lograr los objetivos. Renace la guerra fría y la utilización de algunos países como peones de la rivalidad geopolítica, crece el autoritarismo, se olvidan y pisotean los derechos humanos, se persigue a los medios que presentan una visión crítica, y se pretende poner el poder judicial al servicio del ejecutivo, todo lo cual supone un fuerte debilitamiento de las democracias, que parecen haber olvidado su objetivo esencial de garantizar los derechos y el bienestar a todos.

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Por si fuera poco, la pandemia ha venido a profundizar la pobreza, ha evidenciado las enormes desigualdades y castigado sobre todo a las poblaciones más vulnerables: es una gran falacia decir y repetir ingenuamente, como muchos lo vienen haciendo, que la pandemia trata a todos por igual, cuando la realidad es que golpea con más fuerza a los empobrecidos del mundo. No es cierto que todos estamos -durante esta crisis- en el mismo barco; estamos sí en la misma tormenta. Algunos la pasan en sus residencias lujosas, con jardines, piscinas, neveras y bares bien surtidos. Si tienen algunos síntomas, reciben la mejor atención médica posible, y ya están recibiendo la tercera o cuarta dosis de vacuna. Otros deben soportarla apretujados en viviendas miserables sin agua, sin electricidad, sin jabón, sin medicinas ni vacunas, y sin comida, que deben salir a buscarla cada día. Por ello, también la pandemia nos evidencia que los empobrecidos son siempre las víctimas de todas las crisis. Según Frei Betto (2020) han desaparecido en el mundo 25 millones de empleos y el número de pobres en Latinoamérica pasará de162 a 216 millones.

También ha evidenciado la enorme brecha en el acceso a la educación. Ante la imposibilidad de la educación presencial, se ha recurrido a la educación on-line, pero no podemos olvidar que a este mundo virtual no todos tienen igual acceso, con lo que, a las nuevas discriminaciones y desigualdades, habría que añadir la discriminación digital, dado que las poblaciones más vulnerables y los grupos empobrecidos y excluidos, escasamente pueden acceder al mundo de internet. Por ello, hoy se han acuñado los términos de infopobres e inforicos, para subrayar la brecha digital. Y si para muchas personas, navegar por internet es una acción cotidiana, no podemos olvidar que en todo el mundo todavía hay más de 4.000 millones de personas que viven sin acceso a internet. De hecho, aparte de que la educación on- line imposibilita el encuentro y la convivencia social, objetivo esencial de toda genuina educación, se calcula que en América Latina los niveles de la educación han caído dos años y seguirán cayendo más durante la pandemia que se resiste a morir y muta en diversos modos.

La pedagogía de Freire

En este contexto, quiero retomar elementos claves de la pedagogía de Freire y, para ello, me presto los títulos de algunos de sus

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libros: Pedagogía de la Indignación y la Esperanza, Pedagogía del Diálogo y la Negociación, y Pedagogía de la Autonomía y la Libertad.

Pedagogía de la Esperanza

Ante la realidad que presentamos a grandes brochazos, si somos dignos debemos indignarnos, y convertir la indignación en compromiso activo y eficaz para la transformación y humanización del mundo. Unir, como tanto nos insistía Freire, denuncia y anuncio, pasar de la mera protesta a la propuesta y el compromiso. Otro mundo no es sólo necesario y posible, sino que gestarlo debe ser nuestro mayor empeño. El porvenir es tarea, es por-hacer.

Anatole France decía que nunca se da tanto como cuando se da esperanza, y Freire nos insiste en que la educación exige la convicción de que es posible el cambio, implica la esperanza militante de que los seres humanos podemos reinventar el mundo en una dirección ética y estética distinta a la marcha de hoy. El Derecho a Soñar no aparece en la Declaración de los Derechos Humanos, pero sin este derecho, y sin el agua que da de beber a los demás, todos los otros se morirían de sed. Nos dice Freire:

No entiendo la existencia humana y la necesaria lucha por mejorarla sin la esperanza y el sueño… La desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo… No es posible luchar si no se tiene mañana, si no se tiene esperanza…No es posible pensar en transformar el mundo sin un sueño, sin utopía, sin proyecto. Los sueños son proyectos por los que se lucha. Su realización exige esfuerzo, coraje, vencimiento. (Freire, 1999, p.8; Freire, 2001, p.65)

Aceptar el sueño de un mundo mejor y adherirse a él es aceptar participar en el proceso de su creación. Perder la capacidad de soñar y de sorprenderse es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios a nivel político, económico, social y cultural. Por ello, frente al “Pienso, luego existo”, raíz de la modernidad, y el “Compro, luego soy”, basamento de la

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postmodernidad consumista y hedonista, debemos levantar el “Sueño, luego existo” de la esperanza comprometida. Sueño, soñamos, y nos comprometemos con coraje y entusiasmo a construir nuestros sueños. Por ello, somos los di-soñadores del nuevo mundo, que no es vuelta a la normalidad tan anormal de antes que es lo que muchos pretenden tras la pandemia, sino a agestar un mundo completamente nuevo donde la economía esté al servicio de la vida, y se hagan realidad, es decir, hechos, los derechos humanos tan proclamados y tan pisoteados.

Peronecesitamoseducarla esperanza,parasuperarla ingenuidad y evitar que resbale hacia la desesperanza y la desesperación. Tan negativo es el discurso fatalista, inmovilizador, que renuncia a los sueños y niega la vocación histórica de los seres humanos, como el discurso meramente voluntarista, que confunde el cambio con el anuncio y la proclama del cambio. Necesitamos de una esperanza crítica, no ingenua, que necesita del compromiso y sobre todo del testimonio coherente para hacerse historia concreta. En palabras de Freire:

…coherencia devida conlo quebusco, conla utopía. Testimoniar mi compromiso con el mundo mejor que busco. Testimoniar el profundo amor por la libertad. Coherencia entre lo que digo y hago, entre el sueño del que hablo y mi práctica, entre la fe que profeso y las acciones en que me comprometo. (Freire, 2001, p. 50)

Si bien es cierto que “el acto de educar es un acto político” (Freire,1999, p.7), no podemos separar la dimensión política de las dimensiones ética y pedagógica, es decir, que el proceso educativo debe estar inmerso en los valores que proclamamos y queremos recoger. Si pretendemos que la educación contribuya a transformar la realidad y el mundo, debemos comenzar por transformar la educación. Esta es la gran lección de la pedagogía, tan escasa en estos días, tan sustituida por la ideología: Sólo recogeremos los frutos que sembremos. La cosecha debe estar implícita en la siembra. En educación más que revolucionarios profesionales necesitamos revolucionarios en la profesión, es decir, personas comprometidas en el cambio profundo del sistema educativo, que convierten sus aulas y centros en lugares de búsqueda, de participación, de crítica, de diálogo y confrontación,

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de solidaridad. No será posible transformar la educación con prácticas bancarias, transmisivas, reproductoras. No es posible un mundo fraternal con prácticas discriminatorias, no es posible imponer autoritariamente la libertad, ni recoger justicia y equidad con prácticas excluyentes. Esto es lo que parecen haber olvidado algunos gobiernos, autoproclamados de izquierda y antineoliberales, que asumieron muchos de los principios esenciales de la Educación Popular, redactaron y aprobaron constituciones muy progresistas, dieron protagonismo y voz a sectores tradicionalmente ignorados, y adelantaron políticas económicas y sociales a favor de las poblaciones excluidas, y lograron reducir considerablemente los indicadores de miseria y de pobreza. Sin embargo, varios de estos gobiernos, seducidos por los privilegios del poder y por la convicción mesiánica de que sólo ellos representaban los intereses del pueblo, fueron imponiendo cada vez más sus prácticas populistas y autoritarias, ignoraron y violaron los textos constitucionales, olvidaron la ética más elemental y fueron devorados por la corrupción y el afán de mantenerse a toda costa y a cualquier precio en el poder. Algunos incluso asumieron conductas dictatoriales y muy represivas, violatorias de los derechos humanos esenciales. Todo esto exige a los educadores populares emprender un profundo proceso crítico y autocrítico pues muchas de estas experiencias pretendidamente populares y progresistas, que asumieron el discurso de la Educación Popular, lo contradijeron radicalmente con la implantación de prácticas opuestas a los principios, declaraciones y proclamas. Por ello, sobre la dimensión política se debe enfatizar la dimensión ética y pedagógica que algunos gobiernos olvidaron por completo, con lo que, si bien se apropiaron del discurso liberador de la Educación Popular traicionaron sus principios esenciales. Se preguntaba alarmado Freire:

¿Quéética es esa que sólo vale cuando se aplica a mi favor? ¿Qué extraña manera es esa de hacer historia, de enseñar democracia, golpeando a los que son diferentes para continuar gozando, en nombre de la democracia, de la libertad de golpear? No existe gobierno que permanezca verdadero, legítimo, digno de fe, si su discurso no es corroborado por su práctica, si apadrina y favorece a sus amigos, si es duro sólo con los opositores y suave y ameno con los correligionarios. Si cede una, dos, tres veces a las presiones poco éticas de los poderosos o de amigos

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ya no se detendrá… hasta llegar a la democratización de la desvergüenza. (Freire 1996, p. 38; Freire, 1999, p. 167)

Pedagogía del diálogo y la negociación

Hoy, abundan las palabras que, en vez de ser puentes de encuentro y de unión, son muros que nos separan y alejan. Palabras convertidas en rumor que sobresalta, en grito que intenta descalificar y ofender. Palabras, montones de palabras muertas, sin carne, sin contenido, sin verdad. Dichas sin el menor respeto a uno mismo ni a los demás, para salir del paso, para confundir, para ganar tiempo, para acusar a otro, para sacudirse de la propia responsabilidad. Palabras con enfervorizados llamados al diálogo, sin verdadera disposición a encontrarse con el otro y su verdad. Por ello, diálogos que, en el mejor de los casos, son sólo monólogos yuxtapuestos, de los que se sale más escéptico, más dividido. Por eso, necesitamos con urgencia Aprender a escucharnos. Escuchar antes de diagnosticar, de opinar, de juzgar. Escuchar viene del latín: auscultare, y denota atención y concentración para entender. Escuchar, en consecuencia, no sólo las palabras, sino el tono, los gestos, el dolor, la frustración, la ira. Escuchar las acciones, la vida, que con frecuencia niegan lo que se proclama en los discursos. Escuchar para comprender y así poder dialogar.

El diálogo exige respeto al otro, humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad. El que cree que posee la verdad no dialoga, sino que la impone, pero una verdad impuesta por la fuerza deja de ser verdad. Si yo sólo escucho al que piensa como yo, no estoy escuchando realmente, sino que me estoy escuchando en el otro. El diálogo supone búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar” por la palabra del otro. En palabras del poeta Antonio Machado “Tu verdad, no; la verdad: deja la tuya y ven conmigo a buscarla”. El diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas positivas para todos, opción radical por la sinceridad, que detesta y huye de la mentira. La educación debe provocar la autonomía y no la sumisión, estimular la pregunta, la reflexión crítica sobre las propias preguntas, para superar el sinsentido de una educación que exige respuestas a preguntas que los alumnos nunca se hicieron ni les interesan. Educación que promueva el análisis

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crítico de discursos, propagandas, propuestas y hechos, de las actitudes autoritarias y dogmáticas, tanto en la realidad próxima escolar como de la problemática nacional y mundial, que capacitan para reconstruir y reinventar la realidad. En palabras de Freire (1999), (necesitamos de un):

… radicalismo crítico que combate los sectarismos siempre castradores, la pretensión de poseer la verdad revolucionaria… la arrogancia, el autoritarismo de intelectuales de izquierda o de derecha, en el fondo igualmente reaccionarios, que se consideran propietarios, los primeros del saber revolucionario, y los segundos del saber conservador…sectarios de derecha o de izquierda –iguales en su capacidad de odiar lo diferente- intolerantes, propietarios de una verdad de la que no se puede dudar siquiera ligeramente, cuanto más negar (p. 185).

El derecho a criticar supone, como también nos lo expresa Paulo Freire (1996):

…el deber, al criticar, de no faltar a la verdad para apoyar nuestra crítica; supone también aceptar las críticas de los demás cuando son verdaderas y supone, sobre todo, el deber de no mentir. Podemos equivocarnos, errar; mentir nunca. No podemos criticar por pura envidia, por pura rabia o sencillamente, para hacerme notar. (p. 67 y ss)

No hay peor esclavitud que la mentira; ella oprime, atenaza, impide salir de sí mismo. Nohay nada más despreciable que la elocuencia de una persona que no dice la verdad. Hay que liberar la conciencia diciendo siempre la verdad. Es preferible molestar con la verdad que complacer con adulaciones. Como decía Amado Nervo, “el signo más evidente de que se ha encontrado la verdad es la paz interior” o, como decía Jesús, “La verdad les hará libres”. La verdad libera de las propias falsedades y arrogancia, de los miedos y ataduras.

Por ello, no sólo necesitamos escuchar, sino también escucharnos. Escuchar nuestro silencio para poder dialogar con nuestro yo profundo, para ver qué hay detrás de nuestras palabras, de nuestros sentimientos, de nuestras poses e intenciones, de nuestro

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comportamiento y vida; para intentar ir al corazón de nuestra verdad, pues con frecuencia, repetimos fórmulas vacías, frases huecas, aceptamos sin ninguna criticidad “la verdad de los míos”. Para cultivar el silencio es imprescindible aprender a callarnos. Sólo podremos escuchar al otro distinto si nos callamos. Algunos, más que facilidad de palabra, parecen tener dificultad de callarse. Pero sólo en el silencio podremos madurar palabras verdaderas, palabras vida, palabras testimonio.

Pedagogía de la autonomía, la libertad y el amor

a) Aprender a conocerse

Educar es esencialmente ayudar a conocerse, comprenderse, aceptarse y quererse para poder desarrollar a plenitud todos los talentos y realizar la misión en la vida con los demás, no contra los demás. La genuina sabiduría se resume en el principio socrático “Conócete a ti mismo”. Hoy hay demasiadas personas que saben muchas cosas, que están superinformadas e incluso intoxicadas de una información inabarcable, pero cada vez escasean más los que se atreven a conocerse a sí mismos y plantearse en serio el sentido y el proyecto de sus vidas. Muchos viven la vida con un desconocido dentro. Y lo peor que puede pasarte es que te quedes a solas con un desconocido y que ese desconocido seas tú.

Para conocerse, es esencial la capacidad de reflexión, discernimiento y silencio. Pero cada vez abundan más y más las personas que son incapaces de estar a solas y en silencio. La educación tradicional nos enseña a valorar la palabra, pero no nos enseña el valor pedagógico del silencio. El actual mundo, lleno de ruidos, informaciones, bulos, fake news, y trivialidades, que promueve la adicción a las panillas, impide el pensamiento, la reflexión, el encuentro consigo mismo. El estilo de vida impuesto por la sociedad moderna aparta de lo esencial, impide a las personas descubrir y cultivar lo que son en potencia; no les deja ser ellos mismos, bloquea la expresión libre y plena de su ser. De ahí que la genuina educación debe ayudar a educadores y educandos a plantearse el sentido de la educación y el sentido de sus vidas y responder con valor las preguntas esenciales: ¿quién soy yo?, ¿para qué vivo?, ¿cómo entiendo la educación?, ¿qué busco con ella?, ¿cuál es la visión que

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tengo de mí mismo?, ¿cuáles son mis valores irrenunciables?, ¿cuál es mi misión en la vida?, ¿cómo me concibo como una persona realizada y feliz?, ¿en qué me propongo mejorar y cambiar?

El conocimiento de sí mismo debe llevar implícita la propia valoración y autoestima. Todos valemos no por lo que tenemos, sino por lo que somos, porque somos. Todos tenemos una dignidad irrenunciable, que nada ni nadie nos puede arrebatar. En el mundo estamos unos 7 mil millones de personas, pero cada uno de nosotros es un ser especial. Todos somos un misterio entre misterios, un milagro entre milagros. Por eso, debemos aceptarnos, valorarnos y querernos. Todos tenemos valores y carencias o debilidades, que debemos conocer para construir sobre ellos nuestra identidad. Las propias debilidades pueden ser nuestras fortalezas si las aceptamos y nos empeñamos en superarlas. No hay nada más formativo y que ayude a crecer que asumir el error o la deficiencia como propuesta de superación. Además, para los cristianos, somos amados infinitamente por Dios que no puede dejar de amarnos. Nos creó por amor y para la felicidad, y este debe ser el basamento de nuestra autoestima y confianza.

b) Aprender a vivir

No basta con enseñar a conocerse y quererse. El reto de la educación es enseñar a vivir con autenticidad, a ser dueño y señor de la propia vida... La vida es el don más maravilloso, basamento de todos los demás, que nos fue dada graciosamente, como el más sublime de los regalos. Nadie de nosotros pudimos elegir nacer o no nacer, ni tuvimos la posibilidad de escoger nuestra forma física, nuestro tamaño, el color de nuestros ojos, la textura de nuestra piel, los grados de nuestra inteligencia. Tampoco pudimos seleccionar a nuestros padres, ni el país donde íbamos a nacer, ni el tiempo o el contexto cultural, social e histórico. Nacimos en una determinada matriz cultural, que marca lo que somos y hacemos, lo que pensamos y creemos. Somos hijos de una familia concreta y de un país que debemos conocer, respetar, querer y trabajar para superar sus problemas. Somos únicos e irrepetibles y debemos asumir la vida en una actitud de asombro, agradecimiento y humildad, reconociendo que todo lo que somos y tenemos es don.

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Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. Los seres humanos somos los únicos que podemos labrar nuestro futuro, que podemos inventarnos a nosotros mismos y podemos inventar el mundo. Como con tanta insistencia planteaba Freire (2001), la educación tiene sentido porque los seres humanos somos proyectos y podemos tener proyectos para el mundo. El futuro no es sólo porvenir, es también y, sobre todo, por-hacer. Con palabras textuales de Freire (2001):

Nuestra vocación es reinventar el mundo y no meramente reproducirlo. La abeja hace la colmena con la misma perfección de siempre. Su “ingenio” está en la especie, no en el individuo. Está determinada, no puede hacer las colmenas de otro modo, ni mejor, ni peor. Siempre perfectas, con una perfección monótona, sin responsabilidad, sin libertad, sin ética. Por eso, las abejas, como todos los animales, no son educables, sólo son adiestrables. No tienen historia ni futuro. Pero los seres humanos somos siempre seres en proyecto, nos estamos haciendo e inventando permanentemente y así reinventamos el mundo y construimos el futuro, que no está predeterminado por nada ni por nadie, ni es meramente repetición del presente. (p. 50)

Somos creadores de nosotros mismos. Sin embargo, en nuestro mundo, pocos se arriesgan a tomar la tarea de la vida en serio y a vivirla como una aventura fascinante en búsqueda de la propia realización personal y de construcción de vida y de humanidad. La mayoría no se atreve a vivir y es vivido por los demás (mercado, modas, costumbres, objetos, medios, redes, rutina, dinero, dirigentes, políticos…), sin el valor para ser sujetos y constructores de sí mismos. Lo más grave es que ni escuelas ni universidades enseñan a vivir, a comprometerse seriamente en la construcción de sí mismos, no nos ayudan a reflexionar y preguntarnos por el sentido de la vida ni nos iluminan sobre lo verdaderamente importante. No enseñan a crear la propia vida. La expresión tan trillada y tan repetida de “educación para la vida”, suele significar, una educación útil, que capacite para el trabajo, pero no una educación que enseñe a vivir con autenticidad, con sentido, con proyecto, con pasión. Yo sueño con el día en que todas las universidades del mudo, junto al título de abogado, médico, ingeniero…pudieran dar también el título de persona, pues hay muchos profesionales exitosos, pero que no dan

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la talla humana de las genuinas personas. De ahí la urgente necesidad de revisar nuestro concepto de calidad para determinar si nuestros egresados son personas y ciudadanos de calidad, comprometidos con el bien común y no sólo con la satisfacción de sus propios intereses.

c) Aprender a convivir

Ahora bien, la plenitud humana sólo es posible en el encuentro. Uno se constituye en persona como ser de relaciones. Toda auténtica vida humana es vida con los otros, es convivencia. La persona humana es imposible e impensable sin el otro, pues como decía Albert Camus, “es imposible la felicidad a solas”.

Enseñar a vivir implica, en consecuencia, enseñar a convivir. Para ello, la educación debe promover y garantizar las competencias esenciales para una sana convivencia y para el ejercicio de una ciudadanía responsable:

1. Aprender a no agredir ni física, ni verbal, ni psicológicamente a nadie, requisito indispensable para la convivencia social. La agresión es signo de debilidad moral e intelectual, y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que insulta, amenaza, ofende o golpea, sino el que es capaz de dominar sus propias tendencias agresivas y las convierte en canales de encuentro y construcción de vida.

2. Aprender a comunicarse, a dialogar, a escuchar, a expresarse con libertad, argumentar, comprender al otro y lo que dice, defender con firmeza las propias convicciones sin agredir ni ofender al que las contradice. Una comunidad que aprende a conversar, aprende a convivir.

3. Aprender a tratar con cortesía, a colaborar, es decir, a trabajar juntos, a decidir en grupo, a considerar los problemas como retos a resolver y no como excusas para culpar a otros.

4. Aprender a valorar y aceptar las diferencias culturales, de raza y de género, sin convertirlas en desigualdades. Aprender

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a valorar la propia familia, cultura y religión, a reconocer y afincarse en las raíces culturales y sociales, y a respetar las familias, culturas y religiones diferentes dentro y fuera de cadapaís, combatiendolos dogmatismos, fundamentalismos e intolerancia de quienes quieren imponer una única forma de pensar, de creer, de vivir. La riqueza de la humanidad está en su diversidad. Precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos derecho a ser diferentes, por supuesto, dentro del marco de los Derechos Humanos.

El fenómeno creciente e indetenible de las migraciones nos debe impulsar a trabajar por una verdadera interculturalidad que supone la valoración positiva de la diversidad. En nuestras sociedades las diferencias tienden a convertirse en enfrentamientos debido a la inseguridad y los miedos que genera cualquier forma de diversidad. Sin embargo, la diferencia bien entendida es un valor que nos enriquece. La incapacidad para lidiar con la diversidad termina generando incomunicación, enfrentamiento y abismos. Esto sucede en los países, en las comunidades y en las organizaciones. De ahí la necesidad de tender puentes en un mundo de polaridades excluyentes, si queremos caminar hacia sociedades reconciliadas y fraternales. Reconciliar no es uniformar, homogeneizar ni silenciar los puntos de enfrentamiento, sino ayudar a que la diferencia se convierta en valor y no en abismo. O ayudar a que, cuando se hayan generado abismos, encontremos el camino para restablecer los puentes

Hablar de la cultura es hablar del ser humano, que es plural y diverso. Pero ¿es posible la convivencia entre personas que tienen culturas distintas? De hecho, históricamente los procesos de dominación de pueblos y países han llevado siempre a imponer la cultura dominante y a despreciar como inferior la cultura de los pueblos dominados.

En nuestro mundo global, y en nuestra sociedad cada vez más móvil, donde unos 200 millones de personas migran y se desplazan de un lugar a otro buscando condiciones de vida digna, se empieza a hablar de que no sólo hay que respetar sus derechos como personas, sino también sus derechos culturales. En consecuencia, se reconoce que vivimos en un mundo multicultural, donde coexisten culturas que se yuxtaponen sin que se dé una verdadera interacción entre grupos diferentes. El reto

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consiste en cómo pasar del multiculturalismo que afirma las diversas culturas, que pueden convivir juntas sin dejarse cuestionar o influir por la otra, donde los dominados para sobrevivir, deben ajustarse a las normas y principios de la cultura dominante, a la interculturalidad que es siempre un proceso bidireccional que nunca puede ser unilateral ya que se basa en el encuentro, en la comunicación y en el intercambio. En consecuencia, la interculturalidad no es meramente un proceso cultural, sino que es también un proceso ético y político que reconoce en el intercambio un hecho positivo y enriquecedor. Integrar equivale a perfeccionarse mutuamente manteniendo las diferencias, tender a un todo que se sostiene sobre procesos de aculturación, acomodación, influencia e interacción… capaz de afirmar que las otras costumbres, las otras fes, las otras historias, los otros sueños son también los míos. En nosotros coexisten todas las sangres, todos los colores, todas las diferencias porque en cada ser humano se sustancia la historia entera. En definitiva, la interculturalidad supone afirmar que el otro diferente está también dentro de mí.

5. Aprender a cuidarse, a cuidar a los otros, a cuidar el ambiente como Casa Común que nos sustenta a todos y que hoy languidece herida de muerte, las cosas colectivas, los bienes públicos que pertenecen a todos, combatiendo las políticas económicas que causan gran deterioro ambiental, el desinterés del público por lo público y la consecuente privatización de lo público.

6. Aprender a esforzarse y a trabajar con responsabilidad, creatividad y calidad, medio esencial para garantizar a todos unas condiciones de vida digna (vivienda, alimentación, educación, trabajo, recreación…), como factores esenciales para la convivencia pacífica. Si gran parte de la población no cuenta con condiciones adecuadas de vida y apenas sobrevive penosamente, no será posible la convivencia. La paz verdadera se afinca sobre las bases de la justicia, la inclusión y la equidad. Por ello, hay que combatir la hipocresía que proclama los derechos de todos e impide su realización. La defensa de los derechos humanos esenciales se transforma en el deber de hacerlos posibles y reales para todos. Esto va a suponer, entre otras cosas, impulsar unas

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políticas educativas y económicas vigorosas que promuevan la productividad, la eficiencia, la calidad, la solidaridad y combatan la mentalidad facilista, limosnera, mesiánica, individualista.

7. Aprender a comprometerse por una ciudadanía activa y responsable y por lograr unas genuinas democracias orientadas a promover y hacer posible la vivencia de los derechos humanos de todos y de todas. Las llamadas democracias meramente electoreras, basadas en la exclusión de muchos, en la inequidad y la corrupción, no son formas adecuadas de organizar la sociedad. Pero la solución no es la imposición de sistemas represivos y opresivos que impiden la verdadera participacióna y terminan asfixiando las libertades. Por ello, debemos trabajar por una democracia que garantice elecciones equitativas y justas, que incluya la participación de todos en el acceso a la información veraz y transparente, que garantice a todos los bienes esenciales y los servicios públicos de calidad, que de peso a las voces más débiles para que hagan valer sus derechos y sus aportes. Donde nadie se sienta con derecho a decidir lo que los otros deben pensar, creer, hacer, comer, compartir. Donde nadie quede excluido del derecho a trabajar, poseer, organizarse, expresarse, vivir. Donde todos podamos convivir sin tener que renunciar a nuestra cultura e identidad.

Una democracia, en definitiva, orientada a garantizar el bien común, que es su razón de ser, como nos insiste el Papa Francisco. Que acabe con un Estado como negocio privado de amigos y del partido que gobierna y se convierta en garante del bien común. Un Estado que vele por los derechos de los más pobres y vulnerables y que no pretenda sustituir las capacidades de la sociedad, sino facilitar la participación de todos en la construcción del buenvivir. UnEstado quepor la transparencia y la adecuada legislación dificulte y castigue la corrupción; que por las múltiples formas de participación organizada impida la concentración de poder; un Estado fuerte, pero no autoritario.

Los regímenes autoritarios provocan la sumisión que termina frustrando la capacidad de iniciativa y creatividad. Por ello, no les

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importa una pobre educación para los pobres, o pretenden utilizarla para, mediante procesos ideológicos, mantener al pueblo sumiso y obediente. Saben que una educación crítica, como la quería Freire y la postula el Papa Francisco, posibilitaría a los educandos ser conscientes de su manipulación y los convertiría en ciudadanos activos, comprometidos con la transformación de la sociedad, para que garantice el bien de todos.

d) Vivir para los demás: Libres para amar

El objetivo último de la educación debe ser formar personas auténticamente libres. La tarea y proyecto más importante de la vida debe ser la conquista de la libertad. Pero la libertad, que es autonomía responsable y superación de caprichos y ataduras, se confunde, en definitiva, con su contrario: la total dependencia, la esclavitud al dinero, poder, títulos, placeres y caprichos. De este modo llegamos a la evidente contradicción de que cuanto más se llenan las personas de cadenas, más libres se consideran.

Todo ser humano está dotado de la capacidad de transformarse interiormente, de modificar su manera de pensar y de vivir. La vida es un viaje y cada uno puede decidir su destino. Podemos ir a la cumbre o al abismo; hacer de nuestra vida un jardín de flores o un estercolero lleno de inmundicias. Podemos vivir dando vida, defendiendo la vida o vivir amargando o asfixiando la vida. Por ello existen los santos y los criminales, los egoístas y los solidarios, personas que roban y personas que comparten, personas dispuestas a matar, y personas dispuestas a dar la vida por salvar a otros. Hemos inventado las salas de tortura, los campos de concentración, las armas cada vez más sofisticadas, pero también los hospitales, los centros de acogida, las medicinas, los templos. Vivir es ponerse en camino para llegar a ser uno mismo, para que el ser humano florezca en plenitud.

Libre es la persona que logra desamarrarse de sus miedos, caprichos y ataduras, y vive comprometido en la conquista de sí mismo. Sabe que el ser humano es tarea y aventura. Por ello es capaz de vivir toda experiencia, por dura y dolorosa que sea, de un modo pleno. Es en consecuencia, capaz de vivir con dignidad incluso la propia muerte.

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Hoy hace falta mucho valor para atreverse a ser libre; para salirse del rebaño y del tribalismo digital, para levantarse del consumismo, la indiferencia y el egoísmo, al vuelo valiente de la austeridad, la participación y el servicio. De ahí la necesidad de una educación que forme la voluntad y enseñe el coraje, la constancia, el vencimiento, el sacrificio, la solidaridad, valores esenciales para perder el miedo a la libertad, como nos dijera Erich Fromm, y así lograr la autonomía.

En un mundo que, cada vez más, nos va llenando de cadenas, que decide por nosotros lo que podemos hacer y debemos hacer, que desprecia la objetividad y la verdad, que mitifica a personajes vacíos, a influencers e idolillos del deporte y la música, o millonarios sin importar cómo han adquirido sus riquezas, la genuina libertad debe traducirse en liberación, en lucha tenaz contra todas las formas de dominación, opresión y represión. Sólo donde hay libertad hay disponibilidad para el servicio, que ayuda a los demás a romper sus propias ataduras. Ser libre es, en definitiva, vivir para los demás, disponibilidad total, servicio a cada persona para que pueda desarrollar sus potencialidades y se convierta en obrero del Reino, de una sociedad justa y fraternal. Libres para amar. Lo propio del ser humano, lo que nos define como auténticas personas es la capacidad de amar, es decir, de relacionarnos con otros buscando su bien, su felicidad. Lo que nos deshumaniza es vivir y morir sin amor. Detrás de cada tirano, cada asesino, cada explotador, cada malhechor, hay un déficit profundo de amor, una incapacidad de amar o una mala comprensión del amor.

Por ello, quiero terminar insistiendo en la necesidad de aprender –y por ello también enseñar- el amor, como medio de alcanzar la plenitud personal, la felicidad y la convivencia. En definitiva, sólo será posible convivir, es decir, vivir con los demás, si hay personas dispuestas a vivir para los demás, pues el servicio es una forma privilegiada de amar. Nos dieron la vida para dar vida, para darla. Vivir como un regalo para los demás, vivir sirviendo siempre, es el modo privilegiado de encontrar la plenitud y la felicidad.

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Referencias

Freire, P. (1996) Política y educación, Siglo XXI.

Freire, P. (1999). Pedagogía de la Esperanza. Siglo XXI.

Freire, P. (2001) Pedagogía de la Indignación, Morata.

Bauman, Z. (2013). La cultura en el mundo de la modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Betto, F. (19 de abril 2020). La faz social de América Latina y Brasil. Con la pandemia, el número de pobres en Latinoamérica pasará de los 162 a los 216 millones. Religión digital. Consultado en: https:// n9.cl/uwn7k

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